Sanzoles.- Es como una fiebre que se extiende sin que se conozca el virus que la provoca. Esta singular enfermedad no es mortal, qué va, tiene mucho que ver con la adrenalina festiva, que se pone por las nubes. El "mal" se manifiesta más severo cada año. ¿La causa? Dicen los que saben que tiene que ver con las mascaradas de invierno, con su fuerza ancestral, totémica, con un arrebato visceral que se traga a los pueblos, que los absorbe hacia un túnel del tiempo que los devuelve a la prehistoria, donde la naturaleza era la razón y la razón la fuerza. Así volvió a ocurrir anoche en Sanzoles, en las vísperas del Zangarrón. Así será hoy, de nuevo, en esta localidad de Tierra del Vino y en Pozuelo de Tábara, donde se manifiesta el Tafarrón.
Cientos de personas tomaron ayer las calles de Sanzoles. El Zangarrón, sin el atavío propio, encarnado por el quinto Roberto Rodríguez Pérez, bastante hizo con despejar las filas de danzantes esgrimiendo con pericia -y fuerza- el vergajo de toro, su bastón de mando. El remolino fue inmenso, tanto, que empieza a preocupar a los puristas, que temen que el gentío tan participativo acabe por ahogar al personaje central de la celebración.
Los quintos, que por la mañana habían ensayado por última vez los tradicionales bailes en el salón de la cafetería "San Isidro", demostraron sus conocimientos por la tarde, pasadas las siete, ya con la luna anulada por la noche invernal, más húmeda que fría. El Zangarrón hizo lo que pudo por guardar la compostura de los danzantes. Mozos, mozas y un enorme tropel se arremolinó sobre las filas rompiendo, a veces, el orden y la sincronía. Roberto Rodríguez cumplió porque es difícil hacer más cuando una multitud se enroca, haciendo imposible la buena compostura.
Hoy es el día grande. Tras las sopas de ajo de los quintos, a partir de las ocho y media de la mañana, danzantes, Zangarrón y cientos de vecinos y curiosos completarán el recorrido hasta las cuatro calles. A las once y media empezará el segundo capítulo, ése se desarrollará en la Plaza Mayor.
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