JAVIER PÉREZ ANDRÉS/PERIODISTA. Via El Norte de Castilla
YA tenía ganas. Era una de esas asignaturas que uno tiene con la autoestima y con Zamora, y que arrastraba desde hace veinte años. Necesitaba una inyección de identidad, me urgía olvidarme del Archivo, del plan de internacionalización, de los presupuestos, de la remolacha y de los taninos. Necesitaba respirar aire frío, puro, y empezar sin movimiento, hundido en la raíz.
Ahí estaba la eterna esquina de papel, arrugada, enseñando el pico, señalándome una promesa sin cumplir en la página 150 del libro de la colección Ámbito (del 83) 'Las fiestas de aquí'. Poco sabe Carlos Blanco, su autor y mi amigo, el interés que despertó en mí aquel nombre tan sonoro, ¿Zangarrón! Cada vez que pasaba por Montamarta -unas diez veces al año- me acordaba de la dichosa página y de Tano, que lleva más de cuarenta años vistiendo, cosiendo y animando al quinto que hace de Zangarrón el día del año y el de Reyes, como manda una tradición que se pierde en la noche de los tiempos de este pueblo de la Tierra del Pan zamorana, que es la capital de las cigüeñas. Montamarta y su Zangarrón llamaron la atención a don Julio -entre otros estudiosos- a quien conocí en Astorga en aquel congreso de gastronomía de septiembre del 93 que organizó Chencho Ares, en el que se homenajeó a Caro Baroja, quien se presentó en zapatillas a la cena de clausura del congreso y besó el anillo al obispo astorgano mirando de reojo a su sobrino Pío. ¿Qué foto! Y qué lujo, para un aprendiz, entrevistar a unos de los grandes. Aquel día le pregunté por lo que comíamos y, de paso, por el Zangarrón de Montamarta. Me dijo, tras enumerar otras mascaradas de invierno, que «el Zangarrón seguía vivo». Y era verdad. Por aquel entonces los quintos de Montamarta habían retomado la tradición que el bueno del Saina mantenía. Me lo contó Teodomiro, que en el 75 fue el primer quinto que, por sorteo, cogió el tridente y la máscara. Este año ha sido Feliciano, el quinto del 87, quien ha hecho correr a los mozos.
Montamarta está en la Vía de la Plata del Camino de Santiago del sur. Otra razón para que el Zangarrón me saliera al paso cuantas veces peregriné por la vieja calzada romana. Y luego vinieron las Edades de Zamora y ahí estaba el Zangarrón, dando el toque pagano. Este año, con los primeros fríos de la mañana, por fin vi correr al Zangarrón en Montamarta. Cargué las pilas, me dejé llevar por la gula etnográfica y me fui a Riofrío de Aliste. Después, a las 4 de la tarde, a Abejera de Tábara, a ver correr a los cencerrones después de la representación pastoril en su iglesia. Más tarde, a eso de las 5.30, vi a los diablos de Sarracín (todavía tengo ceniza en la barba). Tenía razón don Julio... están vivos los zangarrones, los carochos, los gitanos, los galanes, los filandorros, el molacillo, el del tamboril y los cencerrones de la obisparra. Si ellos están vivos, está claro que esta región no se muere todavía. Me queda una duda, ¿se habrán enterado en la Junta que los diablos existen?
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